La soledad se acerca,
sigilosa, sollozando lastimera,
abrazando con su sombra
la sombra de el lobo,
y le recuerda
entre ecos maliciosos,
que está solo,
que la soledad nunca se acaba
y que cada minúsculo grano
del interminable reloj de arena
lleva su nombre escrito,
su clausura, su destierro,
su mazmorra de silencio y hueco...
profundo, abisal, negro y vacío.
El lobo se levanta frunce su hocico
y gruñendo amenaza con sus colmillos.
Tiñe la oscuridad con
rojizo destello del fuego de sus ojos
y ofrenda un terrible aullido
a la tenebrosa boca de la noche.